Mediante la destrucción de iglesias, la izquierda muestra cómo debe eliminar toda competencia también en el plano cultural y moral en su lucha por instaurar una religión oficial: el culto al Estado.
La noticia de las iglesias quemadas en Chile se propagó por el mundo. Pero no es el algo que inició ahora ni se pretende detener. Esto viene ocurriendo desde hace años en la Araucanía y se extendió a Santiago y Valparaíso desde el «estallido social» iniciado en octubre del 2019.
En el primer mes de la insurrección fueron incendiadas catedrales emblemáticas patrimonio cultural y al menos siete templos evangélicos. Los promotores del «apruebo» al cambio de la Constitución en Chile, han mostrado cómo su «cambio de sistema» requiere destruir todo remanente vinculado a la historia de la nación.
Para ellos, destruir a la Iglesia como base moral de la sociedad es primordial. Sobre todo porque el fundamento ideológico del cambio constitucional es darle dotes divinos al Estado, desde dador de vida hasta emisor del maná del cielo.
Desde el Partido Comunista de Chile y allegados, han sembrado entre los jóvenes la idea de que el Estado tiene el poder no solo de regir la moral sino que incluso hasta los bienes y servicios pueden y deben ser regidos y entregados por este.
Tal es así que pretenden lograr su tan ansiada «igualdad» mediante una Constitución que garantice «derechos sociales».
En palabras de Henry Hazlitt: «El marxismo no solo es beligerantemente ateo, sino que busca destruir la religión porque cree que la misma es el ‘opio de los pueblos’, es decir, porque apoya una moral ‘burguesa’ que desaprueba el engaño, la mentira, la traición, la ilegalidad, la confiscación, la violencia».
«Dios ha muerto», se lee en las paredes de los templos en el país austral, haciéndose eco del filósofo alemán Friederich Nietzsche.
Lo que desconocen los activistas de izquierda en Chile es que la frase de Nietzsche no es una celebración sino un lamento. Son las palabras de un hombre herido, tras haber perdido a su padre, un hombre de fe.
Nietzsche advirtió cómo con la muerte de Dios surgiría con mayor poder el monstruo más frío: el Estado.
El filósofo francés, Albert Camus, hizo hincapié en lo dicho por el alemán para destacar cómo al no poder dar vida el Estado asumía el poder divino de quitar la vida a mansalva.
Fue así cómo en el siglo XX el socialismo arrasó con más de 100 millones de vidas.
La profanación como acto revolucionario
Es primordial para estos movimientos negar el concepto de derechos naturales (no emitidos por el Estado y por tanto no son sujetos a este), comenzando por el primero: la vida. Para los activistas de extrema izquierda solo existen los derechos emitidos por el Estado.
Exigen con el «apruebo» que el aborto sea un derecho, lo opuesto a lo regido hasta el momento donde la vida se protege desde la concepción. Con esto ratifican la necesidad de destruir los templos donde se enseña que la vida es sagrada y por tanto debe ser protegida.
Por definición, la profanación consiste de dañar algo que se considera sagrado, especialmente cuando el profanador conoce el valor sagrado de lo que profana.
Ciertamente los destructores de las dos iglesias quemadas en Chile el domingo 18 de octubre, en el marco del primer aniversario de la insurrección en Chile, demostraron conocer el valor de los templos destruidos. Más considerando que una de las iglesias era un lugar de culto de las fuerzas del orden: los Carabineros.
La izquierda busca convertir el culto al Estado en religión
En medio de los constantes ataques contra símbolos y templos cristianos, la izquierda chilena ha demostrado cómo surge la instauración de un culto neopagano, donde buscan convertir al Estado en un semi-dios.
Tiene virtudes y también pecados. Bajo el término «woke«, los jóvenes de esta generación aclaman estar despiertos. «Chile despertó» es la consigna más común desde octubre del 2019, cuando los jóvenes iniciaron la insurrección. Pero el fenómeno no se limita a Chile, tampoco los incendios. En EE.UU. fue incendiada la misión fundada por San Junípero Serra, santo patrono de California, y fue derribada su estatua. Incluso un conductor ingresó a una iglesia con su automóvil, destruyendo todo en su paso. También fue vandalizada la icónica iglesia St. John’s en Washington, D.C. En términos económicos, la izquierda siempre ha desincentivado la competencia, en favor de la regulación. Mediante la destrucción de iglesias muestra cómo debe eliminar toda competencia también en el plano cultural y moral en su lucha por instaurar una religión oficial: el culto al Estado.
Fuente: panampost.com